Mereixes la meva reverència

Me calmo y me desarmo a costa de mi guerra. Dejé todo mi odio dentro de un frasquito y lo tiré al río justo que cerca de mi páramo me acompaña con su cauce cuando la mirada de un poseso me quiere hundir en su mismo pozo. Eres mi faro de Alejandría cuando me ves perdido. Tus luces se ven a kilómetros y se distinguen porque nunca parpadean, nunca se funden y no dejan fundir el horizonte. Eres la métrica enigmática que envuelve mi ser y lo salva. La mantita que por las noches me arropa y deja al sueño volar. Un plano libre sobre el que mi yo en patines nunca dejas que patine. Sin ti, soy un mimo temblando en un camerino, cuando los abucheos se hacen eternos y la furia de los gritos atraviesa mis tímpanos. El espectáculo no comienza hasta que tú no me das paso. Tres minutos de aplauso no hacen que disfrute de mi gloria, si en la quinta fila no asientes dándome a entender que cumplí con lo que me pedías. Y es que sin ti no hay destinos, solo mil caminos y una piedra. Un pedazo de asfalto que surge en el momento que paso, y así en cada carretera. No quiero pisar el freno por miedo a quedarme corto. Tú, me diste un don, fuiste mi espada. Me defendiste hasta la muerte y la muerte huyó despavorida. Llegas y me das oxígeno. No sé lo que es asfixiarse, ni sentirse aprisionado. A base de pico y pala machacaste mis barreras y no sé donde está mi límite. Tu sola presencia merece mi reverencia. No te pongo en un altar porque sería perder el tiempo, le tengo miedo a las alturas desde que me hiciste delirar, planear sobre el cielo aquel domingo. Pero eso sí, nunca comerás de mí. El veneno de mi piel es amargo y derrotista, ama ver como me miras y sonríes. Noto que finges que no me necesitas y eso me llena. El druida que mandaste a que espiara mi corazón ha fracasado. Me eliges para hablar cuando las calles están mudas. Acordarte de que existo no hace que me sienta especial.

Compones la banda sonora de esta tragicomedia.