lunes, 16 de abril de 2012

En el sur de tu pecho encontramos el norte.

No era más que un día nublado de Septiembre. Rutinariamente lo primero que hice al levantarme de la cama fue buscar el teléfono ansioso de que unos buenos días nacidos de tus dedos hicieran que me lavara los dientes con más motivo. Pero no había nada. Llevabas sin responder a mis llamadas  tres semanas y media. Tres putas semanas de calvario y mi aorta se resentía. Sabía que a pesar de los peligrosos síntomas, el médico no hallaría un medicamento oportuno. Sólo tu saliva y la receta de lo que comenzamos calmarían las ganas de que no se hiciera de día. Mirar al sol hace que vengan a la cabeza aquel atardecer en nuestro lugar de escapada. Ni húmedo ni seco, ni caluroso ni frío, ni azul ni amarillo, sólo nuestro. 
Siempre tuve miedo de que la dependencia dejara de ser un valor en nosotros. En ti dejó de serlo, y me doió, no te lo niego. Después de mucho tiempo, ya me despego de la almohada sin necesidad de pensar en nada. Ya no apareces en la hondura de mi sonrisa. 
No era más que un día nublado de Septiembre.

martes, 10 de abril de 2012

Tu tabla periódica.

Volvemos recaer en la recaída. Encuentro hojas del manuscrito que, al parecer, escribí hace mucho, mucho tiempo, y la historia se repite en contra de las expectativas que me brindó el álgido final que firmamos con distinta letra pero mismo puño. Nunca se anda demasiado lejos de todos los peligros que acechan. Si no te hieren físicamente, lo hacen indirectamente, y esa herida no sana con tanta facilidad. El tejido no se puede hilar al compás de una aguja parecida a la que usas para hacer budú con mi vida. Pensar que se es inmune a la inclemencia. Es imposible lapidar los males, y tu espíritu anda cerca. No sé quien eres ya, pero andas cerca. Apareces esporádicamente recordándome que no soy de piedra, que donde las dan las tomas, y que las señales que caen del cielo pueden ser estrellas fugaces a un meteorito a punto de destruirte.