lunes, 22 de agosto de 2011

El verdadero dolor es aquel que se sufre sin testigos

Esos dos enamorados, que sin darse cuenta, se suplican el uno al otro no quemarse con flechas de fuego en forma de palabras y actos propios de tragicomedia griega. Los toros se ven muy bien desde la grada, y no vale la pena ganarse la fama; una fama que sólo glorifica al invencible, que no es nadie. Ella es una chica tranquila, moderada, algo ferviente pero con una cordura loca que atrae hasta las estrellas... todo provocado por él, un capitulo demasiado largo de un libro que no vendió sino dos ejemplares. Digamos que es un tipo de buen ver, apuesto por dentro y concurrido por fuera, un fuera de serie, un correcaminos, un vividor del presente que siempre he envidiado, aunque sea capaz de desterrar sus más preciados amuletos con vida. Les gusta sentirse queridos, ser magos del deseo y regalarse esperanza y eternidad, lo que en madurez en el carro se llama suicidio voluntario. Jamás volveré a caer en la treta, y la avisé, la avisé con detenimiento. Ahora acudo a sus lágrimas poseso de la pena, con dos cañones por banda como el poema, pero cargados con balas que mas que ayudarme, se disparan contra mi mismo en un acto de contrariedad.
El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor.

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