jueves, 18 de agosto de 2011

And all the bad boys are standing in the shadows, all the good girls are home with broken hearts

Créeme cuando te digo que necesito un argumento lo suficientemente fantasioso como para reprimir mis instintos de autodefensa, no puedo veros reír. Es un arte infame, un vudú oriental antiguo, una tortura egipcia brotada de unas expectativas mal estructuradas, pero de las cuales no me arrepiento. Pienso que el arrepentimiento es un examen personal que nos imponemos cuando algo no nos gustó o no hemos llenado esa franja de tiempo y espacio en la que repartimos pedacitos de algo que tenemos dentro. Pienso que el arrepentimiento es fijarse en una pareja de ancianos que lucen su amor en el banco del parque, aislándose en una mirada de todo lo que les rodea. Pienso que el arrepentimiento es darse a la fuga cuando oyes las sirenas de la policía. Pienso que el arrepentimiento es la ostia que nunca le diste al matón del colegio. Pienso que el arrepentimiento, normalmente, tiene nombre y apellido y el presente más que resuelto. Con esto quiero decir que siempre actuaremos guiados por las ganas, las ansias, la necesidad o la querencia. No arrepentirse es dejar que tu cerebro le tape la boca arterial al corazón por miedo a que diga la verdad, y que duela, que duela como un balazo. Me arrepiento de todo y de nada. Conozco las consecuencias que vivo y las que no viví nunca por no ser valiente o por serlo en exceso; por callarme o por gritar a los cuatro vientos que no sé si me arrepiento de que me rondes fingiendo que te importo.

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