sábado, 16 de julio de 2011

Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra

Ayer, ahondando en sus huellas dactilares, un joven descubrió que hay que ser valiente. La presencia de un alma cercana vale más que un abrazo encordado en sangre. Nunca nos dejarán. Creo, que hay cierto tipo de personas que, azotándote a la egipcia manera, hacen que tus cicatrices sean duras como el hierro, inflexibles como la razón. No todos tenemos un cometido. Él supo, cuando debió saberlo, que había vivido para morir. Mirose asustado en el espejo y frunció el ceño. Su asustadizo rostro tenía miedo de su entereza. Asumir. Bajó las escaleras destino el final. Encontrose a aquellos que lucharon por él. Alejose indiferente, como mal enganchado a la rutina. Miráronle con dulzura y continuaron lamentándose de su insulsa asociación. Como en una poesía, sus pasos rimaban con la inaudible música que escuchaba. Una voz le carcomía intentando tumbarlo, pero era inútil. Murió como un hombre, y un hombre desearía vivir como lo hizo él. Dejando atrás convicciones, dejó de sentir hace mucho, mucho tiempo. Su corazón se hizo de piedra con momentos clave, y ahora no hay quien lo reconduzca. Benditos mandamientos que le obligan a ser un infeliz sin sus deseos. Dejó pedacitos de vida escondidos en personas. Algunas veces queriendo y otras sin más remedio. Ahora se lamenta. La curvatura de sus labios ya no es independiente de su medio interno. Sus lágrimas ya no son sinceras con él mismo. Murió como un hombre, vivió azotado. Suena friki, pero tengo horrocrucks que debo proteger, aunque duela.

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